Con alguna frecuencia, mi marido le explica a la gente que me ha visto escribir donde sea y como sea, aún bajo las circunstancias más absurdas. Lo que narra es verdad, pero es igualmente cierto que escribir así, con el reloj encima, y que de ahí salga algo que conmueva (por que si no, ¿para qué escribir?), es un "acto reflejo" de mi larga carrera como periodista. No es mi preferencia escribir así, y no creo que sea la de ninguna escritora o escritor.
Donde florece mi inspiración es en destinos lejanos, donde recojo vivencias en culturas diversas, como si fueran ramilletes, para luego unirlas en el contexto de un historia donde siempre se asoma Puerto Rico, pero nunca solo. Siempre se presenta acompañado de otras naciones hermanas que expanden el ancho de banda de la narrativa de la experiencia humana.
Cada persona que asume el reto de escribir un libro, tiene un catalizador. Música (o silencio), rituales, rutinas. Mi catalizador es lo que no he visto antes. Lo que no conozco (nuevamente, ahí está la periodista).
La novela que he terminado en estos días, si es que se termina alguna vez con un libro, nació en Massa Lubrense en Italia, en una villa donde nos alojamos Radames y yo en el 2017, ante la imposibilidad de regresar a la isla luego del paso del huracán María. Todo lo vivido en ese hermoso y terrible viaje lo heredé a mis protagonistas.
El dueño de la villa, Gaetano, aparece con todo y su nombre, tal y como es. Netta, la dueña de mi restaurante favorito en Ravello, también.
Me aporta una sensación de plenitud cuando algo bello nace de un recuerdo angustioso. Es entonces cuando se encuentra el punto final, que da paso a la página nueva, virgen.. la puerta que se abre para otra historia.
Fotos de la villa donde se alojó en Massa Lubrense en 2017, tomadas por la autora. La misma aparece en su próxima novela, "Paloma Palomero".
