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Writer's pictureAda Torres

Sobre adjetivos lacerantes, musos, genias y cuerpos desechables

¿Qué puede haber más primigenio y básico que existir y habitar el propio cuerpo? ¿Qué puede ser más sabia que esa nave de piel, sangre, huesos, tacto, papilas y pulsión que nos contiene y transporta por la vida a través de tumbos, miserias, y sí, a veces momentos de felicidad? La razón se enreda en pensamientos inservibles, circulares e incesantes, mientras que el cuerpo ya sabe, ya siente una conexión con lo invisible. Es la danza del alma que señala que, más allá de la lógica, el cuerpo no se equivoca porque es instinto puro y crudo. Entonces, ¿no es un adjetivo absurdo, lacerante, casi antónimo, el llamar desechable a un cuerpo?

Pero los cuerpos lo son. Siempre lo han sido.


Desde que el ser humano da tumbos por la Tierra, hace 200 mil años el cuerpo de la mujer ha carecido del privilegio de pertenecer a la dueña de muchas maneras... unas obvias, y otras manipuladoras, que viajan en esa narrativa romántica pero mendaz de "la belleza del sexo débil".


La historia ha sido feroz con la mujer en todos los quehaceres, y es especialmente palpable en el mundo del arte, donde la eterna musa, indefensa y muda, existe en servicio de genio creador masculino. La realidad nos mira de frente: la palabra genia ni siquiera existe en el idioma castellano... y la palabra muso, el masculino obvio de musa, tampoco. Es decir, aún en este nuevo milenio, solo cabe en el imaginario popular e idiomático la figura del genio, eternamente masculino, que se vale de la musa, siempre femenina, para usarla y luego descartarla, o en el peor de los casos, empujarla a terminar como una de las mujeres suicidas de Pablo Picasso.


El cuerpo de la mujer ha sido especialmente desechable para los grandes maestros del arte, cuyas acciones han sido excusadas una y otra vez en favor de su creación. Los ejemplos hieren y sobran:


 Egon Schiele… quien fue arrestado por secuestrar y violar a una menor que le servía de modelo, y cuyas mujeres fueron cosificadas tan violentamente que a menudo las pintaba con los dedos o pies truncados o encorvadas, a veces cubiertas de moretones. 


Gustav Klimt… quien llegó al extremo de usar sotanas holgadas sin ropa interior para tener acceso fácil a todas las mujeres que se llevó a la cama (o donde las pillara). Tuvo catorce hijos con una variedad de modelos y mujeres pobres, todas fáciles de dominar, sin jamás casarse con ninguna. 


Pablo Picasso… de quien su nieta, Marina, escribió: «Mi abuelo sometió a las mujeres a su sexualidad animal, las domó, las embrujó, las ingirió y las aplastó en su lienzo. Pasaba muchas noches extrayendo su esencia, y cuando estaban desangradas, las desechaba». Dos de las parejas de Picasso se suicidaron: Marie-Thérèse Walter y Jacqueline Roque. 


Luego de estudiar en NYU y cavilar sobre este tema durante años, la protagonista de Cuerpos desechables, una artista del Bronx de extracción sangermeña, decide embarcarse en un proyecto que la llevará a replicar esta historia de cosificación del ser, pero en la piel de hombres que serán sus propios cuerpos desechables.


En su manuscrito inconcluso, Emma Güendell Suris nos habla en primera persona:

"Al final, miramos la lista esencial (de musas de Picasso) que se redujo a seis mujeres, con las fechas de cuando estuvieron en la vida del pintor malagueño.


Eva Gouel (1912-1915)

Olga Khokhlova (1917 –1927)

Marie-Thérèse Walter (1927-1936)

Dora Maar (1936-1944)

Françoise Gilot (1946-1956)

Jacqueline Roque (1952-1973)


Cada una vivió un infierno a manos del minotauro. Cada una le sirvió de musa mientras le servía también en la cama. Cada una sufrió innumerables y humillantes infidelidades. Mi proyecto me llevaría a encontrar a seis hombres, cada uno la contraparte de estas musas en mi lista. Serían cuerpos desechables en función de mi satisfacción creativa y personal".


Ahí comienza lo que ella bautiza como el Proyecto Thayer en referencia irónica al coleccionista de arte erótico Scofield Thayer. El fantasma de Thayer la acompaña durante su delirio creativo, la guía, tortura, y ayuda a barajar la complejidad de las múltiples relaciones con sus musos y la inspiración que emana de ellos.


Cuerpos desechables presenta al «lector fantasma» con el controversial manuscrito inconcluso hallado tras la muerte prematura Emma, quien, sin embargo, logra terminar la muestra de pinturas que componen la colección igualmente llamada Cuerpos desechables. Ahí comienza una carrera legal y personal entre los que quieren ver el manuscrito publicado, y los que quieren evitarlo a toda costa.


Esta obra que carga con el ingrediente fundamental del reto de obligar al «lector fantasma» de Emma a sentir la realidad históricamente aceptada a través de sus ojos inconformes. Pero el libro también nos lleva en detalle por los vericuetos de su inspiración, en la descripción detallada de cada obra, en sus relaciones y momentos vulnerables con sus musos, en la creación que brota de escenarios tan disímiles como el desierto de Atacama en Chile y Provenza en el sur de Francia.


Como escribe su editora en el epílogo:


"A veces, releo un pasaje o un capítulo de uno de los musos rodeada de las obras correspondientes que describe la pintora, y casi puedo palpar en el aire la oscilación de su legado, que, en su más pura esencia, es una plegaria".


Eso es Cuerpos desechables... una travesía interna que encierra una plegaria... una plegaria que es un grito imperecedero por el derecho a crear sin límites ni memoria.


Les entrego esta, mi cuarta novela, habiendo quedado, al igual que Emma, cóncava de todo lo que podía entregar. Y en ese vacío inefable de haber terminado y dado vida a esta obra, hay belleza. Hay felicidad. Hay plenitud.


Les abrazo fuerte,


Ada


Puedes ordenar todas las novelas de Ada, y Cuerpos desechables en https://www.venacreativa.com/product-page/cuerpos-desechables-1




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