Mensaje de Ada Torres Toro en ocasión del homenaje recibido en la Fundación Rafael Hernández Colón, Ponce, P.R., 6 de marzo de 2025.
Meditar sobre de la evolución de la mujer y nuestras muchas transformaciones a través de los siglos, de las décadas, incluso de los años, es un ejercicio que inevitablemente me lleva a mezclar los datos históricos con la evolución propia, acaso porque en la historia de cada mujer, está la historia compartida de todas.
Cambian los idiomas, las culturas, las ventajas y desventajas económicas dentro de nuestro género, y los vaivenes de las libertades que tenemos o que no tenemos, pero lo cierto es que nacer mujer impone, desde la salida, unas circunstancias de vida que nos llevan a aprender, tarde o temprano, a lidiar con lo que se espera de nosotras. Ser mujer se trata mucho de eso: de manejar expectativas ajenas.
Es por eso que en cada momento de la historia, las mujeres que han cuestionado el status quo son tildadas de transgresoras, rebeldes, escandalosas, atrevidas, anarquistas, estridentes, y mandonas. Al día de hoy, si buscan a Luisa Capetillo en Wikipedia, esta escritora, periodista, pensadora y líder obrera es tildada de “anarquista”. Un hombre hubiera sido adjetivado sencillamente de prócer. Pero tan cerrada está esa puerta para nosotras, que la palabra prócer ni siquiera tiene su contraparte femenino.
Nací a pocas calles de aquí; la ciudad de Ponce fue mi punto de partida, mi pista de despegue hacia el periodismo y la literatura . Al día de hoy, Ponce sigue siendo el Camelot de Gautier y mio. El calor de sus días de sol, el flamboyán encendido que era el centro de atención en el patio de mi casa, las misas domingueras y los días en la Guancha con mis padres… Son tantas las imágenes y la belleza que contuvo mi niñez en esta ciudad de gente indomable, que escribí una novela, "Amores innecesarios", que es una oda de amor a Ponce y a su historia.

Cuando se revisa el cuerpo literario de autores y autoras, encontramos que muchos primeros libros son un ejercicio de autoficción o al menos, son autorreferenciales. No es casualidad. El punto de partida es el primer pendiente que tenemos para poder lanzarnos luego al vacío de explorar otros mundos. En mi caso, sin embargo, mi primer libro no fue tanto autobiográfico, sino una ficcionalización de la historia de mi madre, y su evolución paralela con los hitos históricos que vivió Ponce a lo largo del siglo XX.
La mujer y la ciudad, tomadas de la mano. La mujer y la ciudad, buscando la libertad de ser lo que es.
En el libro, los momentos más prósperos de la historia de la ciudad son la era de la inocencia de la inolvidable Alda Carmona, la protagonista. Y a la vez, sus capítulos más dolorosos, como la tragedia de Mameyes y la masacre de Ponce, se mezclan con las heridas propias de la vida de Alda.
No olvidemos que en el momento histórico en el que situo la novela en sus inicios, mediados del siglo XX, el mundo occidental vivió una transformación política, social e ideológica sin precedentes, con la conquista del derecho al voto femenino en muchos países, junto con la nueva inquietud del vasto terreno que aun le quedaba por recorrer a las mujeres. Este momento de inflexión histórica dio origen a la segunda ola del feminismo, esa palabra a la que tanta gente le tiene miedo, de un modo inexplicable, ya que lo único que significa es la búsqueda de derechos humanos para más de la mitad de la población del mundo. En "El Segundo Sexo", la madre de esa segunda ola, Simone de Beauvoir, escribió: "No se nace mujer, sino que se llega a serlo", sugiriendo que el género es una construcción social de roles asignados. Es a eso a lo que me refiero cuando hablo de que nacer mujer impone el aprender a lidiar con las expectativas ajenas que hacemos nuestras, hasta el punto de no poder distinguir cuales son propias y cuales son cumplidas como un acto reflejo, cumplidas porque “siempre se ha hecho así”.
Por eso, la historia de una mujer es la historia de muchas, y la de Alda Carmona es la de una mujer que enfrenta su desolación al descubrir que inclusive luego de cumplir diligentemente con todas las expectativas sociales y religiosas impuestas, todavía la vida te puede quedar a deber la felicidad. Que la vida no es un quid pro quo justo, y que lo que se exige de una mujer nunca termina. Nuestra faena es continua porque según se renuevan las exigencias sociales del zeitgeist que vivimos, tenemos que descubrir nuevas formas de ser y estar en el mundo. Algunas se adaptan. Otras luchan. Yo siempre estaré en el segundo grupo, luchando aun por las que no entienden el por qué, y son insolidarias con otras mujeres. No las culpo. El sistema está diseñado para que no cuestionen. Para que sus voces no se levanten más allá de un susurro.

En ningún momento en la historia, la felicidad y el bienestar de las mujeres ha sido una prioridad colectiva, o siquiera se toma en cuenta en el diseño de la sociedad que nos contiene. Desde el homo sapiens hasta la actualidad, los seres humanos hemos vivido en este planeta por 12 mil generaciones, y nunca en la historia de nuestra evolución a las mujeres se les ha considerado seres con el mismo valor que los hombres. En siglos pasados se nos consideraba seres “inacabados” a los que había que infantilizar con la ausencia de poder en la vida pública y privada, y no tengo que ir tan lejos: hoy día todavía hay muchos que piensan de la misma manera.
Ser mujer e insistir en evolucionar y reclamar el derecho a la visibilidad, a la palabra y al acto, es, por lo tanto, un acto de profunda afirmación no solo personal, sino social y política. Es una acción con la que algunas mujeres se atreven a reclamar lo que nadie les ofrece o facilita.
Fui una niña muy precoz que cuestionaba aquel mundo de servitud femenina que me rodeaba y que no entendía y que menos podía apalabrar, pero que me enervaba. Cuando una niña es expuesta a este típico modelaje familiar conservador y limitante, tiene dos opciones: o lo asimila y lo repite, o lo rechaza de plano. Por supuesto, aposté por lo segundo desde muy temprano. Mi cerebro y mi alma no me dejaron opciones.
Sin dudarlo, me agarré de mi carrera como tabla de salvación hacia la independencia personal, la evolución y la felicidad misma. En ese proceso he llegado a entender que la libertad personal y la felicidad que le acompaña, en su esencia más pura y pulsante, es algo que nos damos o nos negamos a nosotras mismas, y esa compleja tarea no es delegable. Nadie es responsable de hacernos felices y libres. Es más, nadie puede.
La resistencia a nuestra evolución sigue presente y viva en discursos mezquinos que nos minimizan, en estructuras sociales que intentan perpetuar nuestro silencio, en expectativas que nos encierran en moldes que no elegimos. Aun así, seguimos avanzando, y transformando la realidad propia y colectiva con cada paso que damos.
Ser mujer y evolucionar es, en definitiva, un acto de extraordinaria valentía. Es mirar de frente a la historia, al pasado, reconocer sus sombras y decidir no quedarnos en ellas en el presente.
Es negarnos a ser las “invitadas” y las actrices secundarias de reparto en un mundo que también nos pertenece, en un mundo donde somos la mayoría que se comporta como una minoría eterna. Y es, sobre todo, entender que no necesitamos permiso para existir con plenitud, para ocupar espacios, para tener agencia sobre nuestro propio destino, para aprender a decir que no.
Sigamos, entonces, desafiando lo que nos limita. Sigamos, con cada palabra y lo que es más importante, con cada acción, dando forma a un futuro donde nuestra presencia no sea un acto de resistencia, sino la evidencia de un mundo verdaderamente justo. Y cuando vacilen… y cuando lleguen los días de nubarrones inevitables que nos trae la vida, recuerden este pasaje de "Blanca vuela mañana", de Dulce Chacón.
"La profundidad del mar depende de los pies. De los pasos que uno esté dispuesto a dar hacia dentro. Hay gente a la que el mar le llegará siempre a la cintura, sólo a la cintura. Y otros que se quedan en la playa toda la vida. Ella se había atrevido a entrar hasta lo profundo. El agua le llegaba al cuello, pero había aprendido a nadar."
Hace un par de años vine a Ponce para el evento del lanzamiento de mi tercera novela, "Paloma Palomero". Ese día fue mágico, y esa noche escribí de un solo intento, un poema elegíaco para Ponce, y acaso para Puerto Rico, que formará parte de la antología de literatura caribeña titulada "Nómadas".
Elegía al punto de partida
Un día y una noche en mi casa, en mi tierra que descansa en el sur.
Un día de palomas y de libros, de pasillos centenarios habitados por ilustres fantasmas señoriales.
Aires de carnaval y de Serie del Caribe.
Una noche de caminata por la plaza, la misma donde en el siglo pasado, mi padre enamoró a mi madre.
Un parque de delicias con helados de coco y de chocolate que saben a la niñez.
Una catedral cerrada y triste a la que no invitaron a la fiesta.
Los leones domados, inertes, mojados de rocío.
El vetusto edificio de la alcaldía…un faro rojo a la derecha, uno blanco a la izquierda…
El balcón en mi habitación de techos altísimos.
Una butaca rococó para leer por quinta vez a Pedro Páramo.
Las ganas de preguntar a Juan Rulfo si en mi Ponce dormido no hay algo del espíritu del olvidado de Comala…
La cama que se mueve suavemente como un arrullo de cuna con cada temblor al que ya nos acostumbramos; el esqueleto del volcán gigante que se estira.
La tumba cercana de mi madre.
La tumba perdida de mi padre.
La iglesia donde pasé los domingos de mi niñez tejiendo historias durante la misa, entretenida con la mantilla y la peineta de nácar en el moño majo de mi abuela.
Recuerdos de castañuelas, sevillanas y Ducados.
La risa del ceibeño que me acompaña y que se cree ponceño.
Lo es. La ciudad le coquetea.
Esta es mi tierra, mis leonas y mi ciudad. Este es el Camelot de Gautier y mío. Es tan mía como mi piel.
Rugimos, aún cuando nos herimos.
Sureñas.
Fantasmas.
Eternas.
Inmortales.
Excelente!!!!! Luchadora, creativa, invencible