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La felicidad como una acción revolucionaria

Mensaje de graduación para Fundación Mujeres ante la Adversidad, 22 de abril de 2024


Admiro profundamente a cada mujer que está aquí hoy, y lo digo respaldada por mucha data histórica que me obliga a reconocer que la búsqueda de la felicidad, especialmente para las mujeres, es un acto revolucionario. Me explico. En el mundo en el que vivimos, y en todas las eras en las que las mujeres hemos sobrevivido, nuestra felicidad (ni siquiera nuestro bienestar), ha sido una prioridad o se toma en cuenta en el diseño de la sociedad que nos contiene, aún cuando ese elemento impacta el bienestar común.


Los seres humanos hemos vivido en este planeta por dos mil generaciones, y en ningún momento en la historia de nuestra evolución a las mujeres se les ha considerado seres con el mismo valor que los hombres. En siglos pasados se nos consideraba seres “inacabados” a los que había que guiar a base del sometimiento y la ausencia de poder en la vida pública.

Entonces, si para la sociedad y el mundo en el que vivimos, las mujeres no nacimos para ser felices, ¿para qué nacimos? Vamos a desempacar esto, porque no es cierto que en la ignorancia está la felicidad, al contrario, es la información la que nos arma de poder.



Las religiones nos dicen que nacimos para apoyar a los hombres, particularmente en sus jerarquías y dogmas, y para encontrar abnegación en la maternidad. Y estoy hablando solo de las religiones judeo cristianas, porque si entramos a otras, las mujeres no tienen derecho a estudiar, ni votar, ni divorciarse o denunciar abusos, ni a salir a la calle sin estar cubiertas de arriba a abajo con una abaya. Esto ocurre hoy, en el 2024.


La política nos dice que nacimos para opinar poco y participar lo menos posible, y por eso nos permite un triste 22% de los puestos de poder en el mundo, según la ONU.


El matrimonio nos dice que nacimos como parte de una transacción que, primero, se concibió en la historia como una puramente económica y de preservación de poder mucho antes que una ceremonia religiosa. En sus orígenes, el matrimonio tenía la finalidad de concebir hijos que dieran continuidad al linaje y aumentar los bienes familiares. Y si creen que ese componente económico del matrimonio ha cambiado con los siglos, les invito a conversar con alguien que se haya divorciado alguna vez.


La publicidad y su hermano tóxico, el consumismo desenfrenado, nos dice que nacimos imperfectas, y que la perfección es alcanzable comprando otro producto de belleza, u otra píldora o plan para adelgazar, otra capa de colágeno que nunca logrará cubrir las marcas internas que llevamos y para las que esos no son remedios efectivos.


Los sistemas económicos y laborales del mundo nos dicen que nacimos para ganar un 25% menos que un hombre por el mismo trabajo, y, como consecuencia, sabemos que la pobreza en el mundo tiene cara de mujer. Podría seguir citando ejemplos, pero la idea se capta.


En estos datos me apoyo al afirmar que ser mujer, e insistir en ser feliz es, por lo tanto, un acto de profunda afirmación personal. Es una acción desafiante, si se quiere, con la que algunas mujeres se atreven a reclamar lo que nadie les ofrece o facilita. Ser una mujer feliz, o intentar serlo, no es nada menos que milagroso. Para empezar, nadie nos indica por dónde abordar el espinoso camino hacia la felicidad, que ya de por sí es más empinado para nosotras desde que nacemos y por bienvenida, nos llaman “chancletas”.

Fui una niña muy precoz que cuestionaba, a veces solo a lo interno, aquel mundo de servitud femenina que no entendía y menos podía apalabrar. Claro, no lo entendía porque no había salido todavía al mundo real, y por tanto no me había expuesto al impacto de sus reglas.

Sin dudarlo, aposté a mi carrera como vehículo hacia la felicidad. Soy periodista y autora; quizás es por tener la suerte de serlo que he visto mucho. Para escribir hay que vivir, y para crear intensamente hay que vivir intensamente. Con esto quiero decir que siempre he encontrado y sigo encontrando un gozo y una devoción enorme en hacer lo que hago, pero eso no es felicidad. Encuentro refugio, apoyo y amor en mi pareja, pero aún eso no es felicidad. La comunidad de familia y amistades que rodea mi vida la enriquece y juega un papel importante en mi felicidad, pero no lo es en su totalidad.


Me ha tocado vivir mucho y equivocarme mucho para entender que la felicidad, en su esencia más pura y pulsante, es algo que nos damos o nos negamos a nosotras mismas, y esa compleja tarea no es delegable. Nadie es responsable de hacernos felices. Es más, nadie puede.

Como dijo el maestro espiritual y guru Ram Dass: "No puedo hacer nada por ti, excepto trabajar en mí. No puedes hacer nada por mí, excepto trabajar en ti".


Me gustaría decirles que hay que enfrentar esta faena sin miedo, pero eso es psicología llana de memes en redes sociales. Todo el mundo tiene miedo. Todo el mundo tiene que vivir con sus inseguridades y retos. Todos los problemas que pensamos que nos pasan solo a nosotras, le pasan a todo el mundo porque la experiencia humana es universal. El reto no es ser inmune al miedo, sino impedir que el miedo nos paralice.


Dice la gran pensadora, autora y profesora Brené Brown que el enemigo más cercano del amor (y por tanto de la felicidad) es el apego. El apego se disfraza de amor. Dice: "Amaré a esta persona (porque necesito algo de ella)". O: “Te amaré si tú también me amas. Te amaré, pero sólo si eres como yo quiero”. Esto no es amor. Eso es apego; apego y miedo. El verdadero amor permite, honra y aprecia. El apego capta, exige, necesita y aspira a poseer.


Un poco antes de que Brown publicara este párrafo en su libro "Atlas Of the Heart", escribí una novela sobre esta meditación y la titulé "Amores innecesarios". En las presentaciones del libro y en las entrevistas siempre surgía la pregunta del por qué del título, que contiene dos palabras que nadie asocia juntas. ¿No son acaso todos los amores bienvenidos y necesarios? Pero el planteamiento de uno de los personajes del libro es válido, si lo analizamos. ¿Acaso no le ponemos la etiqueta de amor y felicidad a muchas cosas que no lo son? Porque ese apego posesivo del que habla Brown no es amor ni conducente a la felicidad. El miedo a la soledad no es amor. La codependencia tampoco lo es.


Creo que por esa meditación y búsqueda desesperada del amor y la felicidad de las protagonistas de la novela, es que el libro tocó la fibra interna de tanta gente. Lo mismo se ha planteado y analizado desde todos los ángulos en innumerables libros, películas, métodos de vida y hasta estudios de neurología que investigan cómo funciona el cerebro de la gente feliz. El ser humano no cesa ni cesará en su búsqueda de la felicidad, que, a decir verdad, puede lucir muy distinta para el universo que es cada ser humano. Para una persona, por ejemplo, la familia puede ser centro de su existencia, y para la próxima, puede ser algo tóxico de lo que debe liberarse para encontrar la felicidad. No hay una receta universal. La ruta de una misma la conoce quien va al volante.


Y aunque la felicidad puede tener muchas caras, si se lee a las grandes maestras y maestros de diversos pensamientos hay un consenso de que la felicidad primero, existe solo en el presente. No está en el pasado que ya no existe, ni en el futuro, que no ha llegado. Solo se puede ser feliz en el momento presente porque es el único que estamos viviendo siempre. Que mucha infelicidad nace de no aceptar el presente, porque estamos distraídas cargando la joroba del pasado, o preocupadas por un futuro que no sabemos si va a llegar y cómo.


El segundo consenso es que la felicidad es accesible, aún en estos tiempos que vivimos, aún con el ruido incesante, aun en la confusión de un mundo que se recompone. Es un estado que nadie te puede dar, pero que, una vez lo encuentras, nadie te puede quitar. Entender que somos responsables por nuestra propia felicidad, es el paso esencial para encontrarla.


Una vez se encuentra, la tarea no termina, porque ahí comienza la faena diaria de defender esa felicidad. Y para cuando vacilen… y para cuando lleguen los días de nubarrones inevitables que nos trae la vida, les regalo este pasaje de "Blanca vuela mañana", de Dulce Chacón:


"La profundidad del mar depende de los pies. De los pasos que uno esté dispuesto a dar hacia dentro. Hay gente a la que el mar le llegará siempre a la cintura, sólo a la cintura. Y otros que se quedan en la playa toda la vida. Ella se había atrevido a entrar hasta lo profundo. El agua le llegaba al cuello, pero había aprendido a nadar."



Gracias y sean felices.


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