Desde niña, voy a todos lados con un libro; nunca sabe cuándo se pueden liberar unos minutos aprovechables para leer.
Ese domingo, llevaba conmigo “The Portable Nietzsche” por Walter Kaufman, un experto y estudioso del filósofo, escritor y crítico social alemán Friedrich Nietzsche, con el que siempre he estado un poco obsesionada.
Así que, con un libro del autor de la famosa (y mal interpretada) frase “Dios está muerto” bajo el brazo, entré cubierta de ironía a la Casa Museo de la patriota Isabel Rosado Morales, una mujer profundamente católica, quien dedicó su vida a luchar por los derechos humanos y la libertad de su patria. Luchó con compasión y amor, luchó al lado de Pedro Albizu, y otras grandes mujeres como Rosa Canales. Luchó desde la cárcel, desde Vieques, desde foros internacionales. Y ahí estaba yo, visitando su museo en Ceiba para una actividad sobre su vida y obra, inadvertidamente invitando a Nietzsche, ese extraterrestre que nos ha tenido sobre un siglo tratando de decodificarlo, y quién era ateo, y encima, apolítico.
Isabel, como mujer que fue, no es estudiada en nuestra educación primaria (o secundaria) con el pase automático que gozan sus contrapartes masculinos (que, a decir verdad, tampoco son estudiados con profundidad, al llevar la marca del carimbo de haber sido independentistas). El museo de Isabel es la pequeña casita de madera donde vivió. El de Nietzsche, en contraste, es una impresionante mole arquitectónica de cristal y metal en pleno Praga, ciudad donde todo lleva su nombre: cafés, avenidas y hasta tours para turistas que se conforma con un llavero y un selfie frente a la escultura a la entrada del museo, sin saber siquiera el nombre de pila del escritor.
Nietzsche perdió sus facultades mentales a los 45 años. Isabel continuó lúcida, activa, escribiendo y luchando hasta los 107 años. Aunque el pensamiento del filósofo fue revolucionario, nunca accionó sobre esas ideas o las ató a un movimiento específico. Isabel era toda pensamiento crítico, pero jamás divorciado de la acción, del fragor necesario de la lucha. Las peleas digitales huecas tan populares hoy día, le hubieran importado poco. Le importaba transmutar el pensamiento en trabajo duro y consistente.
Nietzsche nunca tuvo que preocuparse por defender sus raíces patrióticas; al contrario. Rechazaba el nacionalismo alemán y lo tildaba de vulgar (gracias a Dios, porque la historia nos ha mostrado las secuelas del nacionalismo alemán). Isabelita vivió y murió por el sueño de ver libre a su patria sin jamás odiar a su carcelero. No conozco a otro ser capaz de lograr esa hazaña.
Pero intuyo algunos hilos intelectuales que les pudieron unir. Ambos veneraban la razón. Imagino los ojitos siempre vivos de Isabel dasarmándolo con amor, de frente, porque nunca le temió a nadie, y finalmente invitándolo a un café. Las grandes mentes no siempre piensan igual, pero cuando cósmicamente se encuentran… que exquisitas tertulias imagina mi mente.
Hasta pronto, Isabelita. Para la próxima, traigo un libro de Julia de Burgos o de Lola Rodríguez de Tió.
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